23 de marzo de 2011

Esos ojos verdes.. (III)

- Hola.. me llamo Dominique. No nos presentamos aún..
_  Soy Ariel, perdoná que haya salido corriendo, no sé porque..nunca hice algo así.
- No pasa nada, sólo me sorprendió un poco tu actitud..
_ Mirá ese gorrión.. hace rato está ahí, parado en una ramita, mirando a todos lados.. A veces me gustaría volar, recorrer árboles, dormir en alguna nube..
- Yo antes volaba, en el mismo árbol que está el gorrión.
_ En serio?
- Si, mi papá me hizo una hamaca, cuando era más chica, de regalo de cumpleaños. Fue el mejor regalo de todos. Cuando la ví corrí hacia el árbol en que estaba, y papá vino atrás; me senté en la madera pintada de rojo, miré a papá, y él empezó a hamacarme despacio, pero cada vez iba más alto. Sentí que volaba. De ahí en más pasaba las tardes con él, hamacándome. Esa hamaca siempre me hizo sentir en el aire..
_ Y ahora? No volás más?
- Ya no; y mamá optó por quitar la hamaca del árbol, porque después de que papá murió yo pasaba toda la tarde hamacándome, como hacía antes.. Lo sentía conmigo, pero mamá no entendía eso, creyó que estaba volviéndome loca. Y frente a mis ojos, desató las cuerdas gordas de la rama que sujetaba mi hamaca, la llevó al galpón, y de ahí no salió más..
_ Querés volar de nuevo?
- Mamá me tiene prohibida la entrada al galpón, no puedo entrar..
_ Pero yo si.. - susurró.

Ariel se levantó de un salto y caminó rápidamente hacia el galpón. Encontró la puerta principal trancada con un candado gigante, así que rodeó el galpón en busca de algún agujero, ventana, o lo que sea para entrar. Dominique no había reaccionado aún, no escuchó lo que dijo Ariel antes de irse. Estaba recordando a su padre, aquellas tardes juntos, en las que volaba sin preocuparse por los deberes de la escuela, ni por tener que tomar la merienda, ni por nada del mundo. Sólo volaba.
Absorta en sus pensamientos no escuchó que Ariel venía corriendo. Se le apareció frente a sus ojos, llena de telarañas, tierra, pelusas, y con su hamaca en los brazos. La sonrisa de Dominique lo dijo todo. Se levantó, agarró la mano de Ariel, y la llevó al árbol en el que estaba la hamaca hace años. No tenía ramas fuertes, así que recorrieron un poco el bosquecito en busca de un árbol que tuviese ramas como para poner la hamaca y que aguante su peso. Encontraron un gran roble, era perfecto. Ariel se subió al árbol con la hamaca en sus hombros, y la ató en la mejor rama que encontró. Dominique esperó a que estuviese abajo de nuevo, y se sentó en su amada hamaca. Ariel comenzó a empujarla despacio. Sintió otra vez que volaba, y lo hacía cada vez más alto.

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